La esclavitud de los datos
Cuando Huxley o Orwell teorizaron sobre el concepto de gran hermano poco se imaginaban lo cercanos que estarían al mundo que se avecinaba. Porque por encima del argumento en sí (tanto de un mundo feliz como de 1984) lo que más importaba en ambas novelas era el control total del individuo por el «estado» apoderándose de cualquier brizna de privacidad en alas de un bien común mayor, de una «convivencia feliz» de todos los ciudadanos vigilados por entes abstractas que lo sabían todo de ellos y dirigían sus vidas «grises».
No estoy diciendo que hayamos llegado a ese escenario de pesadilla, pero en los últimos años nos hemos encaminado a un ritmo demasiado creciente quizás hacia él.
Y es que realmente el número de empresas, algunas gubernamentales y otras privadas, que tienen datos nuestros de muy diferente índole es abrumador. Y no estamos hablando de un tema estrictamente de carácter de ley de protección de datos, del que hablaremos , sino de un tema de absoluto desconocimiento a veces de quién y qué saben de nosotros.
Hablemos de la LOPD.
Desde hace ya bastantes años la ley orgánica de protección de datos 15/1999 «protege» nuestros datos de carácter personal. Entrecomillo el protege porque muchas empresas desconocen la obligatoriedad de cumplimiento de dicha ley. Incluso si llevamos un registro de nuestro clientes y/o proveedores en una simple libreta. Pero no descarguemos el problema en las empresas que la incumplen, hablemos del incumplimiento de la administración de velar por la ley. Si la administración no vela por el cumplimiento de una ley, que lleva en vigor 15 años, a la larga nadie la cumple. Como ejemplo diré que en mis 17 años de consultor en una consultoría TIC y después de trabajar «in situ» en casi un centenar de empresas, sólo una me hizo firmar un documento de confidencialidad de los datos que iba a tratar o ver, el otro 99% no lo hizo por desconocimiento o desidia. Pero el tema es que si el profesional que tiene acceso a esos datos confidenciales decide dejar de serlo, esos datos pueden acabar en cualquier sitio, como lo está siendo en estos años. Nuestros datos llegan a empresas del ámbito comercial que asaltan nuestra intimidad, vía telefónica o vía e-mail, incluso vía postal, para sus fines, generalmente venta de servicios o productos, pero ¿Podemos estar seguro de eso? De una manera u otra, en la mayoría de los casos no hemos autorizado el uso de nuestro datos, o no somos conscientes de haberlo hecho. Y en ocasiones, como no sabemos quién los tiene no podemos ejercer nuestro derecho, según la LOPD, de cancelación y borrado de los mismos…
Tarde o temprano la administración debería tomar cartas en el asunto, poner orden en un caos de difícil solución actualmente e implementar una forma de borrarnos de las infinidades de bases de datos comerciales a las que estamos subyugados actualmente sin desearlo.
Buenos pero no tan buenos.
No entraré a valorar la cantidad de datos de carácter personal que de cualquier ciudadano acumulan las agencias gubernamentales, ni lo sé, ni sería el lugar (pero sería también absurdo no pensar de que si son capaces de espiar a altos cargos, los ciudadanos de a pie estamos totalmente al descubierto si quieren saber algo de nosotros) Como dato al respecto, el viernes 17 de enero, el diario el mundo nos informaba en una noticia que la NSA (National Security Agency) espía a diario 200 millones de mensajes de texto. (Fuente: http://ow.ly/sHDVU)
En cambio si que entro a valorar como empresas privadas, que han recopilado datos de todos nosotros para usos no suficientemente explicados, el más conocido es el de google. Cuando google pasaba con su famoso coche para realizar fotos de las calles y construir su street view recopilaba “otro” tipo de datos. Aunque al principio lo negara, finalmente Google admitió que reunía información personal de de individuos, que éstos enviaban a través de las redes Wifi cercanas. Se incluían URLs, direcciones de correo y contraseñas. ¿Y Para qué? Nunca lo terminó de explicar, cosa que nos deja con un gran nudo en el estómago. Google fue multada por este hecho, pero las multas fueron irrisorias comparadas con la gravedad del asunto y de la magnitud de la empresa que cometió el hecho.